Desde hace varias décadas, venimos asistiendo a nivel particular a la decadencia progresiva de los valores en todo su espectro (individuales, sociales, espirituales, comunitarios, etc.).
Y esto hace que lo que era seguro, hoy se tenga la sensación, de que ya no lo es tanto. Realmente es una inseguridad tan grande que desvirtúa nuestra visión de la realidad. Y la desvirtúa porque nos empiezan a parecer normales cosas y hechos, que hasta no hace mucho, no lo eran.
Pero entonces, que es lo normal?
Objetivamente, normal, es aquello que respeta la norma.
Y quien determina la normalidad?
La misma sociedad, por medio de los representantes elegidos, van marcando el camino o derrotero que los individuos deben seguir.
Hace poco tiempo, tuve una experiencia con una persona, que me hizo reflexionar y darme cuenta de la total falta de compromiso y desidia con el otro como unidad de derechos, y con lo público como autoridad necesaria para la convivencia humana.
Y ese acontecimiento, sin quererlo, vino a darme respuesta, a varios asuntos que hasta ese momento no veía con gran claridad.
Porque algunos valores pueden cambiar con el tiempo o modificarse según las exigencias o necesidades reales de los seres humanos. Sin embargo, hay otros que no varían, se mantienen inmutables y permanentes. La solidaridad, la autonomía, la vida, por ejemplo.
Las características del hombre actual, refiere un individuo egocéntrico, que sólo se interesa por lo que pasa a su alrededor, sin tener en cuenta nada de su entorno. Un individualismo atroz que con su indiferencia, descalifica al prójimo.
El joven promedio actual, tiene una filosofía hedonista, basada sólo en el principio del placer, buscando solamente la satisfacción inmediata y sin una mínima perspectiva de futuro. Desaparecieron por completo el anhelo de trabajar para lograr objetivos mayores, la idea de la familia constituida como la forma óptima de acercamiento a la seguridad afectiva, la responsabilidad como consecuencia necesaria de nuestras acciones.
Debido a esto, se puede explicar (aunque nunca justificar) que la legalización del aborto de seres humanos, sea una posibilidad; que haya disminuido en un 50 por ciento la formalidad del matrimonio civil en los últimos años; que sea tan difícil cubrir un cargo vacante, aunque sean muchos los postulantes que se presenten para un trabajo.
Y todo ello, viene explicado a partir de la falta de compromiso y responsabilidad que como una constante se apropió de la vida y las acciones de los seres humanos.
Sin dudas, es mucho más fácil exigir a otro la solución del problema que nos aqueja, que prever uno mismo las consecuencias que pueden acarrear las acciones.
Seguramente la falencia tiene que ver con esta desintegración paulatina de la familia, primer educador natural de la prole, que se menciona anteriormente.
Pero si se razona con visión de futuro y si la intención final es retornar a los valores básicos que puestos desde el núcleo familiar, impregnen la sociedad toda, las instituciones educativas, tienen un papel primordial que cumplir en éste cometido.
Si se tiene en cuenta que en sus manos está la educación del ser humano desde sus inicios, la variación de las conductas debe practicarse desde allí, educando para la libertad responsable y en la opción de la no violencia. Deben empezar a desaparecer de nuestras aulas la cultura del facilismo, para ser sustituida por la del esfuerzo personal.
Ellos son nuestra esperanza y la real posibilidad de cambio de la sociedad. Pero aparejado con esto, debe venir el compromiso y la participación en la cosa pública, para convertirse en los generadores de una sociedad más humana y con el respeto debido a los derechos de todos.
Dr. Luis Sánchez Nacusi
Director
Instituto Aconcagua