Los cambios son, para muchos, procesos psicológicos complejos. Muchas personas
tienen miedo a lo desconocido, y, por lo tanto, son reacias a que se altere lo que ya han
experimentado y saben que “funciona”; consideran al cambio como una amenaza que genera
ansiedad y múltiples dificultades. El miedo y la incertidumbre es nuestra reacción natural
cuando estamos frente a un camino que no sabemos con claridad hacia donde nos lleva.
La resistencia al cambio no es más que la negación de una persona a modificar un
hábito o conducta. Esta negación nace por el miedo o la incertidumbre de hacer las cosas de
manera distinta. Las personas nos creamos determinados hábitos, entramos en una zona de
confort, y salir de ella cuesta un esfuerzo.
Es cierto que adaptarnos a los cambios no siempre es un proceso fácil; principalmente
porque la mayor parte de ésta resistencia se genera en nuestra mente, en nuestros
pensamientos, en la comodidad que implica seguir haciendo las cosas como estoy
acostumbrado sin tanto esfuerzo y riesgo, sin “perder el control”. Si pudiéramos reconocer
que los principales límites que nos condicionan son los mentales, seríamos capaces de
lograr todo aquello que nos propongamos.
Debemos comprender que el cambio es parte de la vida. Nos cuesta tanto aceptar que
todo puede y debe cambiar. Nos cuesta aceptarlo porque cualquier cambio, por pequeño que
sea, implica una renuncia, una pérdida. Tenemos tanto miedo a perder, a los riesgos que
implica cualquier situación de cambio, de toma de decisiones, que dejamos de lado lo que
podemos “ganar” e incluso nos paralizamos y dejamos de “vivir”, de tener nuevas
experiencias.
El primer paso para afrontar con mejor predisposición los cambios es aceptar que
nada podemos hacer para detenerlos, están fuera de nuestro “control”; y cuando una
situación no puede modificarse debo cambiar mi perspectiva ante ella. De nada sirve que me
enoje o angustie ante una situación que igual va a pasar, me guste o no; en estos casos el
foco está en nosotros, en cambiar nuestra percepción para con esa situación y entender que
esa angustia o enojo no me conduce a buen camino, por lo tanto lo mejor es enfocarnos en
aceptarlo y en tratar de buscarle lo positivo a esa situación.
El cambio es inevitable e imparable. Todos los intentos de detenerlo, retrasarlo o
anularlo son estériles. Es una pelea que debemos abandonar (pues está perdida) y
enfocarnos en cómo “surfear” la ola del cambio. Lo único constante en la vida es el cambio,
no hay nada permanente excepto el cambio. El físico Albert Einstein decía: “Locura es hacer
la misma cosa una y otra vez y esperar resultados distintos”.
Así, el cambio no es solamente inevitable sino deseable. Es, quizá, lo que hace que
nuestras vidas no sean completamente vanas y tengan sentido. ¿Te imaginas una vida
absolutamente monótona, eternamente igual? Creo que algo inmutable, pasado un cierto
tiempo, se vuelve aburrido, detestable.
Los cambios nos echan hacia atrás por una sencilla razón: todo cambio implica una
pérdida. Y las pérdidas, por supuesto, duelen. Podemos comprender entonces que nuestra
resistencia a los cambios no es otra cosa que un intento de no enfrentarnos con el dolor de
perder algo que nos ha acompañado algún tiempo en nuestra vida, aun cuando ya no lo
deseemos más.
Hay cambios que se producen de manera gradual y de forma imperceptible: el
desgaste de las cosas, el crecimiento de los niños, el envejecimiento; son procesos de
cambios graduales. Como ocurren de manera tan lenta e ininterrumpida, solo tomamos
conciencia de ellos cuando algo (una fotografía, por ejemplo) nos confronta con el pasado.
Otros cambios se generan en un corto periodo de tiempo y de modo más o menos
brusco. En estos casos tenemos plena conciencia de las modificaciones que se han
producido en nuestra vida, pudiendo reconocer y diferenciar claramente un antes y un
después. Estos ocurren a veces de manera programada y podemos preverlos. Una
mudanza, un nuevo trabajo, un nacimiento.
Existen también los cambios dramáticos o bruscos, que nos pillan desprevenidos o,
más dramáticamente, nos golpean. Este año en particular, es un claro ejemplo de lo
dramático o bruscos que pueden ser los cambios, y que están fuera de nuestro alcance. La
pandemia COVID-19 ha causado una crisis sanitaria mundial con impactantes repercusiones
sociales, económicas, políticas, jurídicas, humanitarias; obligándonos a replantearnos el
concepto de “normalidad” a la que todos estábamos acostumbrados.
El confinamiento de la humanidad está forzando a replantearse las relaciones sociales
y la manera en la que trabajamos. Afortunadamente internet ha respondido adecuadamente
a las exigencias de tráfico y las redes sociales están contribuyendo al mantenimiento de los
necesarios nexos sociales.
A corto plazo los cambios han sido significativos: la manera en la que nos saludamos,
evitando el contacto directo; la universalización del trabajo remoto, las clases virtuales; el
aumento de las compras “on line”; la adopción de varios negocios (no sólo de comidas o
afines) de la modalidad de “venta a domicilio” (librerías, tiendas de ropa, calzado,
indumentaria). A medio y largo plazo se abren múltiples incógnitas. Ahora tenemos, más que
nunca, la oportunidad de cuestionarnos sobre quiénes hemos estado siendo, quiénes
queremos ser y qué tipo de sociedad queremos.
Entender al cambio como una oportunidad implica identificar una situación que nos
causa una importante insatisfacción, y que nos impulsa a actuar, a hacer algo para salir de
ésta insatisfacción, de ésta incomodidad; incluso permite plantearse ¿Quiénes somos?
¿Hacia dónde vamos? Puede ser difícil, doloroso, pero es posible. Somos alguien nuevo
cada día y podemos elegir, cada día.
Perder, dejar atrás, cambiar, es doloroso. Pero también puede ser liberador. Esta es la
maravilla del cambio: que nos entrega un universo de posibilidades. Ante la pregunta de si la
gente puede cambiar, respondo rotundamente: por supuesto que sí. Para afrontar los
cambios que vendrán y aceptarlos, debemos estar dispuestos a renunciar, a romper con los
mecanismos mentales negativos, reconociendo que muchas veces somos nosotros mismos
los que nos boicoteamos.
Detrás de todo proceso de cambio, hay una oportunidad disfrazada, una oportunidad
para modificar tu vida y acercarte a lo que quieres y lo que sueñas. Los grandes cambios
vienen acompañados de una fuerte sacudida, no es el fin del mundo, es el comienzo de uno
nuevo. ¿Te has preguntado cómo reaccionas ante los cambios en tu vida, consideras al
cambio como oportunidad o perjuicio? Te desafío a que te cuestiones y te replantees tu
forma de ver los cambios.
Por C.P.N Verónica E. Sarmiento