Cuando está por finalizar un año, muchos hacemos una pausa para observar lo que fueron los doce meses anteriores; recordar buenos y malos momentos, visibilizar anécdotas, aprendizajes. Si nos detenemos a mirar al 2020, con lágrimas en los ojos y marcas en el corazón; recordaremos todas las secuelas y sinsabores que la pandemia nos dejó en todos los niveles: relacional, económico, social, político. El virus nos arrebató el 2020, ese que teníamos proyectado, que teníamos planificado, en el que habíamos depositado deseos. Un año en el que todo cambió, que paralizó nuestras vidas y nos dejó huellas difíciles de borrar. Este 24 y 31 de diciembre muchos miraremos al cielo con lágrimas en los ojos.
Nunca un año fue tan duro, y aquí estamos… somos sobrevivientes de un año que nos explotó en la cara demasiadas veces. Tuvimos que enfrentarnos a cosas que no conocíamos, dejar de lado ciertas costumbres y modificar muchos hábitos; la vida entera nos cambió. Las calles vacías, el silencio aterrador, la soledad invadieron nuestras vidas, lejos de nuestras familias, amigos; los besos y abrazos se volvieron mortales. Nos tocó cruzar muchos desiertos, caminar por grandes abismos, probarnos muchos fracasos y librar muchas batallas que nos dejaron las heridas que aún hoy sangran. Esquivamos muchas palizas, resignamos festejos, extrañamos tanto a nuestros familiares y amigos, y muchos domingos nos tocó estar solos.
Nos tocó ser protagonistas de la película de terror más escalofriante; pero aprendimos y nos hicimos más fuertes; tuvimos que escondernos, encerrarnos, alejarnos de nuestros seres queridos; pero estuvimos más cerca que nunca. No caben dudas que fue un año difícil, raro, de muchos meses grises, eternos. El miedo se apoderó de nuestras vidas, sentimos la tristeza que jamás sentimos, lloramos como nunca. Hemos visto como la vida se va en un segundo, hemos cargado con la impotencia de lo que no entendemos, luchado con la angustia y los pensamientos, hemos extrañado hasta la charlita con el verdulero. Despedimos a nuestros muertos en silencio, sin velorio, sin el abrazo cálido de un amigo, pasamos los cumpleaños lejos de los nuestros. Tuvimos miedo, angustia, tristeza, bronca, dolor, incertidumbre. Experimentamos cambios en los patrones de sueño y alimentación, tuvimos dificultad para dormir, concentrarnos; el estrés y la ansiedad se apoderaron de nuestros días.
Hay momentos de la vida que son maravillosos y otros no tanto, esos en los que no hay flores y sólo duele. A todos nos llueve, a algunos más, a otros menos, pero aún bajo la tormenta más poderosa que tengamos que soportar, no debemos dejar de ver ni por un segundo todo lo que esa lluvia no se llevó, que es justamente todo lo que te da fuerzas para llegar a los días soleados, para poder tener de qué agarrarte cuando, llegue la próxima tormenta. Estamos cerrando este año y tenemos derecho a sentir muchas emociones juntas, a llorar, a abrazarnos en silencio por tantos abrazos que no nos dimos, a amar con el alma, a acariciarnos con una mirada, una sonrisa. Porque hoy sabemos lo que significa despertarnos cada mañana y que lo primero que vean tus ojos sea a tu familia, porque sabemos lo importante de estar sanos, porque comprendimos la importancia de ayudar al otro simplemente cuidándome a mí mismo. No importa si los problemas son pequeños o grandes o si las consecuencias parecen imposibles de soportar, nuestra fe nos sostiene, nuestro amor por los demás nos define y nuestra esperanza nos alienta a seguir adelante en medio de las dificultades.
Este año nos ha enseñado a no planear tanto la vida; nos mostró a golpes que lo único seguro es el ahora y que la vida te cambia de un día para otro y no te pide permiso. Hacemos planes para el futuro pensando que tenemos el control de nuestras vidas, pero basta un pequeño virus, un microorganismo que no podemos ni ver, para alterar completamente nuestras rutinas y boicotear esos planes. Poco a poco nos iremos recuperando de todo lo que este virus nos ha ocasionado, todo pasará y saldremos adelante, pero algo tiene que cambiar. Debemos ser más agradecidos, valorar el silencio, la sonrisa de nuestros seres queridos, el abrir los ojos cada día, y darnos cuenta de que estamos vivos, sentir como la brisa nos despeina. Es tiempo de apreciarlo todo, de valorar cada regalo que la vida nos ofrece, de volver a recuperar la capacidad de asombrarnos y sorprendernos con las cosas simples: como la puesta del sol, el sonido del agua, el encuentro con otro ser humano, un saludo, un te quiero, y de apreciar cada instante que estamos con nosotros mismos.
Somos sobrevivientes de un naufragio colectivo, una marea que nos dio vuelta, arrasó con mucho de lo que teníamos y nos puso patas para arriba. Pero, como toda marea, a medida que las aguas comienzan a aquietarse un poco, empiezan a aparecer algunos tesoros en la playa, que estaban escondidos debajo del agua. Identificar esos tesoros es importante porque nos ayudan a construir esa resiliencia que tanto necesitamos para seguir adelante. Debemos aprender a ver los errores que hemos cometido y modificarlos. En esta pandemia, nos estamos enfrentando a muchos efectos secundarios que en gran medida resultan ser peores que la pandemia en sí misma. Sueño con un planeta donde el deseo de hacer el bien, se respire en todos los rincones. Haber atravesado lo inimaginable abrió puertas en donde antes en nuestra imaginación había muros. Nadie, pero nadie, salió ileso de esta travesía, el caos llegó a todas partes del mundo, habremos aprendido mucho o poco, pero nos hizo partícipes a todos.
Debemos sentirnos dichosos de estar vivos, agradeciendo conservar a nuestros seres queridos, valorando más que nunca a quiénes les dan sentido a nuestras vidas; es más importante quien rodea nuestro árbol, en lugar de lo que hay debajo de él. Un día estás aquí y tal vez mañana no; hoy quizás no necesites nada, y mañana pueda faltarte todo. Es tiempo de ayudar a los demás, entender lo frágil que significa estar vivos, sentir empatía por quien está y por quien se ha ido, detenerse, sí, ¡Nadie te apura!, tomate ese café con el amigo que no ves hace meses, saluda con un beso y abrazo a tus hijos y deciles lo mucho que los queres, visitá a tus padres, pedile perdón a esa persona que heriste, perdoná a quién te ofendió y perdónate, que la vida a veces es muy pesada para sumarle más peso, viaja liviano, sin rencores, reí más, reíte mucho y bien fuerte que contagies, puedes alegrarle el día a muchas personas con tu sonrisa. Hagamos una pausa en nuestras vidas y en lugar de vivir preocupados y apurados por tener algo en la vida, nos preocupemos por vivirla, ¿Hasta cuándo vamos a tener miedo? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que la vida se nos pase? ¿Quieres vivir la vida o simplemente dejarla pasar?
Por C.P.N. Veronica E. Sarmiento, Porfesora de Instituto Aconcagua